Etapas del desarrollo Psicosexual infantil: Primera Infancia.

Todos al nacer llegamos al mundo en un estado de desamparo total, con la necesidad de que alguien más —la madre por lo regular—, cubra de forma inmediata nuestras necesidades fisiológicas para sobrevivir, sin embargo, también hay una serie de necesidades psicológicas que requieren ser atendidas; es por ello que Freud (1905/2003) desarrolló la teoría sobre el desarrollo Psicosexual infantil, con la intención de comprender cómo es que en los primeros años de vida del infante, existen ciertos procesos mentales basados en funcionamientos físiológicos, necesarios en el desarrollo mental.
Con el paso de los años, de la infancia, pasando por la adolescencia hasta la edad adulta, nos convertimos de seres biológicos a adultos psicosociales, es decir, vivimos en un constante desarrollo de nuestra personalidad. Cameron (2011) considera que este desarrollo de la personalidad, caracterizado por el paso de lo biológico a lo psicosocial, está relacionado con el vínculo que se establece con la madre —o quien haga las veces de función materna— como principal figura para el desarrollo del infante, esto es debido a que el Yo de la estrucutura psíquica de la madre, será prestado —subjetivamente— al recién nacido para tolerar las ansiedades y estados de tensión que se presenten a lo largo de su crecimiento.
Para comprender la psique humana, Freud desarrolló a lo largo de tres décadas, propuestas teóricas sobre modelos de la mente —el modelo del arco reflejo, el modelo topográfico y el modelo estructural— que daban explicación sobre el comportamiento consciente del ser humano, comportamiento determinado por contenidos inconscientes. Como ya mencionamos, Freud (1905/2003) propone que los seres humanos cursamos por etapas de desarrollo psicosexual, teoría que nos permite comprender cómo es que el desarrollo psicológico infantil del individuo determinará sus pautas conductuales en la edad adulta, y por lo tanto su estrucutura de la personalidad1; es decir que el proceso intrapsíquico que se vive desde que se es recién nacido hasta llegar a la edad adulta determinará el tipo de personalidad que desarrollaremos. Es importante aclarar que a lo largo de este apartado abordaremos sólo aquellas etapas del desarrollo psicosexual por las que cursa el paciente del estudio de caso que se analizará en esta tesis.
Piaget (como se citó en Serulnikov y Suarez, 2001) señala que durante los primeros meses de vida, los niños muestran un estadio de esquemas reflejos como apretar, tocar, frotar y chupar; desde una perspectiva psicoanalítica, estos esquemas de la vida temprana influyen en cómo nos relacionamos con aquellas personas que nos rodean, esquemas que después darán paso a la imitación.
Freud en Tres Ensayos de Teoría Sexual (1905/2003), hace referencia sobre el desarrollo psicológico del infante y el adolescente desde una perspectiva psicoanalítica, explica primero que las pulsiones —la energía que moviliza la psique humana— buscan modos de gratificación y descarga según la etapa del desarrollo psicosexual por la que el individuo va cursando. La idea central y explicativa de este proceso, es que durante la infancia se dirige la pulsión hacia los padres, ya que son ellos quienes gratifican las necesidades infantiles; en la adolescencia, en cambio, la pulsión será dirigida a las relaciones extrafamiliares, ello a partir de los primeros intentos de establecer relaciones de pareja y amistades profundas, dejando así de libidinizar a los primeros objetos de amor.
Veamos la propuesta de Freud (1905/2003) sobre las etapas psicosexuales del desarrollo infantil:
La primera es la Etapa Oral, corresponde de los 0 a los 15 meses de nacido; la zona erógena en esta etapa es la boca, con esto Freud se refiere a que el niño se relaciona con su exterior a partir de ésta, con el chupeteo y posteriormente mordiendo. El estímulo táctil de los labios, y de la cavidad oral, por el contacto con objetos y con la incorporación de los mismos, produce placer oral erótico-sexual, mientras que morder proporcionará placer oral-agresivo. Pero no solo es el contacto con el exterior lo que el niño aprende a partir de la boca, sino que se adquieren modos de funcionamiento intrapsíquicos, como lo son la proyección y la introyección. El niño traga-introyecta aquello que le agrada y escupe-proyecta lo que le desagrada. Debe quedar claro que el primer contacto entre madre y bebé se da a través de la boca.
Abraham (1994) subdivide la etapa oral en: oral pasiva y oral agresiva; la primera está caracterizada por la incorporación del objeto, y la segunda por la destrucción del mismo al sentir que lo pierde, esto una vez que aparecen los dientes y se da el destete.

El hambre provoca una sensación de displacer, a la que Freud (1905/2003) denominaba: estado de tensión. Este displacer desaparecerá una vez saciada el hambre, lo que conlleva a la localización del órgano que ha gratificado de forma plancetera ese malestar, es decir: la boca —que se constituye así como el órgano de excitación de esta etapa del desarrollo psíquico—.
La boca, será entonces libidinizada —es decir que se depositará en ella pulsión de vida—, y convertida poco a poco en una zona erógena de la que nacerá una pulsión parcial, destinada a un objeto que, por su indiferenciación con el pecho de la madre, se constituye en objeto parcial y por lo tanto es introyectado parcialmente, desplegándose frente a él impulsos autoeróticos derivados de la incapacidad del bebé de distinguir en un primer momento la realidad exterior.
Al quedar por primera vez satisfecha el hambre a través de la succión y el llenado del estómago, la tensión psíquica se alivia, dando paso a derivados de emociones, designadas por Freud (1900/2003) como huellas mnémicas. El fin libidinal de esta etapa es la incorporación del alimento mediante la succión con la boca; esto es lo que permite que se constituyan las representaciones primarias objetales, que dan poco a poco estructura al Yo del niño, además de que la madre, como mencionábamos anteriormente, proporciona al niño su Yo estructural para aliviar estas ansiedades. Estos objetos introyectados serán fuente de energía, conservados hasta el momento en el mundo interno, como objetos parciales internalizados. Es así que se plantea la existencia de un autoerotismo oral que se gratifica placenteramente, al margen de la saciedad del hambre.
En esta primera etapa del desarrollo psíquico, el bebé también tiende a escupir, vomitar o cerrar la boca, en rechazo a la alimentación displacentera —como el mal sabor o la saciedad—. Esta función digestiva de expulsión o rechazo, da paso en lo psíquico, al proceso primitivo de la proyección. Cameron (2011) al respecto, señala que el niño escupe y vomita algunas veces como reflejo y otras a propósito, estos actos se convierten en modelos de proyección, siendo así un rechazo simbólico.
La dentición tiene otro papel importante en la etapa oral, ya que el niño está en capacidad de retener el pecho con los dientes como respuesta a su retirada. Este acto genera un alivio, por lo que las pulsiones en esta etapa también se fijan al objeto parcial oral, dando paso a lo que Abraham (1994) denominaría etapa canibalística2 en donde se da paso a la relación ambivalente con el objeto.
Los procesos hasta aquí descritos sientan las bases de fenómenos escisionales
en relación a los objetos, ya que de esta manera estos reciben pulsiones tanto libidinales como agresivas, y una vez interiorizados dichos objetos pueden ser proyectados al generan displacer. Estos procesos en conjunto permiten la internalización de los objetos, favoreciendo la formación de la estructura que constituirá el núcleo del mundo interno del niño, y a su vez del Yo.
Fenichel (2009) nos dice que la succión del pulgar es una muestra de que no sólo el alimento proporcina placer, de lo contrario el niño rechazaría su pulgar. Por lo tanto, queda claro que no es sólo la saciedad del hambre lo que el niño busca, sino tambien un placer a través de la boca que va más allá de lo físiológico.
La segunda etapa del desarrollo psicosexual, descrita por Freud (1905/2003) es la Etapa Anal. Corresponde de los 16 a los 38 meses de nacido, aproximadamente. La zona erógena es el ano y en esta etapa las heces representan el primer “regalo” por medio del cual el pequeño puede expresar su obediencia hacia el medio circundante. Este “regalo”, más tarde cobra el de “hijo”, el cual según una de las teorías sexuales infantiles, se adquiere por la comida y es dado a luz por el intestino —también conocida como teoría cloacal, en donde el infante asume la existencia de un solo orificio, por lo que existe la convicción de que el bebé es expulsado como excremento—.
El control de esfínteres es uno de los actos que el niño hace para que la madre no deje de quererlo, es así como esta relación entre madre e hijo está, en esta etapa, determinada por el control de esfínteres, dándose así la primera experiencia decisiva que el niño tiene en relación con la disciplina y la autoridad exterior; esto nos permite comenzar a ser seres psicosociales.
No solo el control de esfínteres es importante durante esta etapa, también lo es el control de las emociones. Freud (1923/2003) explica que los precursores del Superyo se desarrollan en esta etapa, los describe en 1905 como los diques del asco y la vergüenza, fundamentales para lo que después se convertirá en el Superyo, heredero del complejo de Edipo.
La etapa anal también se caracteriza por tener como fuente orgánica de excitación la mucosa anal, y en general la región perineal. Al igual que la etapa oral, se trata también de una fase con un carácter ambivalente y autoerótico; esto se debe a que la pulsión se encuentra dirigida a un órgano excitatorio del propio cuerpo relacionado con la actividad de retener y de expulsar, y en consecuencia está referido a la actividad de control de la musculatura intestinal.
En esta etapa quedan relacionadas funciones de la defecación y la micción, a la representación del dominio del propio cuerpo, relacionándole con la autoridad de las figuras parentales, particularmente cuando la madre inicia la formación de conductas respecto a las heces y la limpieza.
Durante este periodo, la madre en sus intentos por enseñar al niño el control de esfínteres, puede mostrarse en el mundo interno del infante como un objeto amenazante o gratificante respecto de los deseos del niño de retener el excremento y disfrutar de la excitación sensual que esto le provoca, o bien la disminución de tensión que la evacuación le genera. La actitud de la madre por sobrevalorar la evacuación, da al niño la impresión, de que está perdiendo algo sumamente valioso de sí mismo, generando en él la sensación de pérdida. Por el contrario, cuando la madre se muestra con una relativa indiferencia o repulsión hacia las heces el niño, éste puede expulsar con la sensación de no haber gratificado a la madre.
De acuerdo con Spitz (2003) en la etapa del control de esfínteres, hay ya una representación de objetos internos, por lo que esta zona del cuerpo se convierte en la zona masturbatoria y de complacencia a dichos objetos internos, esto nos permite entender el papel que tienen los padres en la conformación de lo que después será el Superyo.
Así pues en esta etapa, los conflictos están fuertemente ligados a los procesos de internalización de los deseos de la madre frente a los propios deseos. Esto da como resultado que la disciplina que la madre pretende imponer al niño, genere representaciones internas del control y de la venganza, las cuales dependerán de cómo ha sido la madre en esta etapa —como ejemplo el ser dominantes si la madre así lo ha sido—, de igual modo las conductas de avaricia y generosidad son resultado de la valoración afectiva con que la madre responda a la emisión o retención de las heces del niño.
Dentro de esta etapa se encuentra el proceso que Mahler, Pine y Bergman (2002) definirían como el proceso de diferenciación —que será abordado posteriormente a profundidad—, el cuál es resultado de la ambivalencia experimentada hacia la madre. Freud (1905/2003) afirma que el carácter pasivo o retentivo, prefigura en esta etapa el rol femenino, la agresividad y la expulsión vengativa el carácter activo que corresponde con el rol masculino, por ello se le conoce también como fase sádico anal; esto no significa que resulte de esta etapa una organización masculina o femenina, sino más bien una disposición pregenital que se le relacionará en la etapa siguiente.
Respecto a esta etapa, Cameron (2011), señala que a la par del control de esfínteres se da una fase de autoafirmación, es decir que el niño se va diferenciando de la madre gracias a la participación del padre y los hermanos que le invitan a tener esfuerzos por diferenciarse y constituirse en una persona a parte —situación que de igual manera comparten Mahler et al. (2002) en la tercera subfase de acercamiento del proceso de separación individuación—. A la par, el niño descubre que los padres desean de él algo, un control intestinal en horarios y lugares específicos, por lo que en ocasiones tiene la oportunidad de frustrarlos y decepcionarlos, de este modo padres angustiados ante estas situaciones podrían experimentar en esta etapa ansiedades que en el futuro se conviertan en problemas.
La tercera etapa del desarrollo psicosexual descrita por Freud (1905/2003) es la Etapa Fálica. Durante esta etapa, la zona erógena son los genitales infantiles. Lo primero que debemos de tomar en cuenta es que el niño llega a esta etapa desprovisto de un Superyo, —pues como se ha señalado solo existen hasta este momento precursores de éste—, motivo por el que hay pulsiones incontrolables que los precursores superyoicos no siempre pueden contener.
Freud explicaría a lo largo de sus postulados teóricos, que el niño por la relación cercana a la madre, experimentará sentimientos y deseos sexuales hacia ella; de ahí que retomara el mito de Edipo Rey para dar explicación de los procesos que suscitan en esta etapa. De igual forma Cameron (2011) señala que esta etapa —la cual sucede entre los tres y cuatro años de edad— se caracteriza porque el niño experimenta sentimientos tiernos y profundos de enamoramiento hacia el padre del sexo opuesto, lo que le lleva a sentir celos profundos con el padre del mismo sexo, esto da paso a una rivalidad que despertará una lucha compleja y decisiva en la vida emocional del niño; también este mismo autor señala que es importante el papel que juega la fantasía infantil en el niño, ya que éste considera la posibilidad de poder casarse con su progenitor del sexo opuesto, fantasía a la que después renunciará, dando paso así al Superyo.

Tanto en la niña como en el niño su objeto de amor inicial es la madre, esto debido a lo vivenciado con ella en las etapas anteriores, a las que según Bergeret (2005) podemos denominarlas etapas preedípicas. Al descubrir la niña que no tiene pene, se siente castrada, culpando a la madre por tal condición, lo que hace que se debilite la catexia hacia la madre. Comienza a preferir al padre que posee el órgano que a ella falta; el amor de la niña al padre se mezcla con la envidia por tener lo que ella no tiene, y así es como en esta etapa se establecen relaciones triádicas y después triangulares entre madre, padre e hija. En el niño la etapa fálica es distinta, pues desea a la madre desde un inicio, esto le lleva a rivalizar con el padre —con el deseo de eliminarlo para poseer a la madre—, fantaseando que el padre puede llegar a vengarse y hacerle daño despertando un temor-angustia de castración. Esta fantasía se encuentra fundamentada por la fisionomía de la mujer, la cual hace suponer al niño que existe la posibilidad de no poseer pene debido a una castración.
La pulsión en esta etapa, tiene como zona de placer la región genital, aunque Freud (1905/2003) también se refiere a los componentes uretrales. Vale la pena aclarar que para Freud, no existe como objeto de la pulsión sexual un órgano distinto al pene, por lo que su representación anatómica en la mujer supondríamos que corresponde al clítoris. Esta etapa del desarrollo psicosexual es llamada fálica por hacer referencia al falo.
Las diferencias anatómicas hacen que esta etapa tenga un desarrollo diferente en cada sexo, como lo señalábamos anteriormente, esto particularmente en relación al temor a la castración. La importancia del destino de la pulsión sexual en esta etapa está en el pene y el clítoris. El falo se vuelve el objeto fundamental de la pulsión por lo que adquiere importancia para el niño, esto da paso a una amenaza ante los deseos sexuales hacia la madre, y temor por parte del padre hacia la castración; al existir un Yo más desarrollado, como resultado de las etapas anteriores, el niño es capaz de ligar su libido y dirigirla hacia un objeto externo, en este caso a la madre, lo que genera la situación edípica, ésto da paso a dos situaciones distintas:
La primera es la resolución de la angustia de castración, en donde el niño definirá su rol de carácter pasivo o activo respecto de su genitalidad, y la segunda es la identificación con la figura paterna, lo que permite una identidad genital, un Yo más fuerte y mediante este proceso de internalización de los padres se da paso al desarrollo del Superyó resultado de la resolución del complejo de Edipo.

Esta fase del desarrollo psicosexual sería para Freud, a lo largo de la creación de la teoría psiconalítica, el evento central que da paso a la estructuración psíquica, proporcionando objetos integrados de los padres, pues los antes introyectos objetos parciales ahora se integran en objetos totales.
Sin ser abarcado a profundidad por Freud, el caso de la niña es distinto, pues sintiéndose castrada vivirá un proceso más prolongado, reorientando sus deseos hacia el objeto paterno poseedor del pene, situación que hace que rechace a la madre por haberla privado de él. Freud (1905/2003) plantea, así pues, que la mujer tiene una debilidad del Superyó, y da como resultado la postura masoquista e inmadura de la mujer —esto último fue debatido posteriormente por otros autores, en desacuerdo con el planteamiento Freudiano—.
Freud (1905/2003) describe que el infante al finalizar la etapa fálica llega a un periodo de calma, denominado periodo de Latencia, un estado transitorio entre la primera infancia y la adolescencia, caracterizado por el hecho de que la mayor parte de la energía pulsional de los niños es utilizada en tareas escolares, es decir en el aprendizaje, el juego o algún tipo de deporte. Durante este período, la interacción del niño con su medio ambiente y sociocultural, adquiere una gran relevancia, pues él recibe una serie de mensajes a los cuales es muy susceptible en esta época y que influyen en la formación de su personalidad y de sus roles sociales y sexuales. El niño, tiende a abandonar su posición un tanto individualista, para cambiar hacia la socialización con sus compañeros y con los adultos; abarca aproximadamente de los seis a los diez años y se puede decir que inicia con la resolución del complejo de Edipo y el establecimiento del Superyo en la Etapa Fálica. Es así que iniciará el Periodo de Latencia, tema que aboradaremos brevemente en el siguiente apartado.

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